Origen de la fiesta
Los
judíos celebraban una fiesta para dar gracias por las cosechas, 50 días
después de la pascua. De ahí viene el nombre de Pentecostés.
Luego, el
sentido de la celebración cambió por el dar gracias por la Ley entregada
a Moisés. En
esta fiesta recordaban el día en que Moisés subió al Monte Sinaí y
recibió las tablas de la Ley y le enseñó al pueblo de Israel lo que Dios
quería de ellos. Celebraban así, la alianza del Antiguo Testamento que
el pueblo estableció con Dios: ellos se comprometieron a vivir según sus
mandamientos y Dios se comprometió a estar con ellos siempre. La gente venía de muchos lugares al Templo de Jerusalén, a celebrar la fiesta de Pentecostés.
En el marco de esta fiesta judía es donde surge nuestra fiesta cristiana de Pentecostés.
En el calendario del Año Litúrgico, después de la fiesta de la
Ascensión, a los cincuenta días de la Resurrección de Jesús, celebramos
la fiesta de Pentecostés.
Después
de la Ascensión de Jesús, se encontraban reunidos los apóstoles con la
Madre de Jesús. Era el día de la fiesta de Pentecostés. Tenían miedo de
salir a predicar. Repentinamente, se escuchó un fuerte viento y pequeñas
lenguas de fuego se posaron sobre cada uno de ellos.
Quedaron llenos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas desconocidas.
En
esos días, había muchos extranjeros y visitantes en Jerusalén, que
venían de todas partes del mundo a celebrar la fiesta de Pentecostés
judía. Cada uno oía hablar a los apóstoles en su propio idioma y
entendían a la perfección lo que ellos hablaban.
Todos
ellos, desde ese día, ya no tuvieron miedo y salieron a predicar a todo
el mundo las enseñanzas de Jesús. El Espíritu Santo les dio fuerzas
para la gran misión que tenían que cumplir: Llevar la palabra de Jesús a
todas las naciones, y bautizar a todos los hombres en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es este día cuando comenzó a
existir la Iglesia como tal.
¿Quién es el Espírtu Santo?
El
Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.
La Iglesia nos enseña que el Espíritu Santo es el amor que existe entre
el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma
una tercera persona. El Espíritu Santo llena nuestras almas en el
Bautismo y después, de manera perfecta, en la Confirmación. Con el amor
divino de Dios dentro de nosotros, somos capaces de amar a Dios y al
prójimo. El Espíritu Santo nos ayuda a cumplir nuestro compromiso de
vida con Jesús.
Señales del Espíritu Santo:
El viento, el fuego, la paloma.
Estos
símbolos nos revelan los poderes que el Espíritu Santo nos da: El
viento es una fuerza invisible pero real. Así es el Espíritu Santo. El
fuego es un elemento que limpia. Por ejemplo, se prende fuego al terreno
para quitarle las malas hierbas y poder sembrar buenas semillas. En los
laboratorios médicos para purificar a los instrumentos se les prende
fuego.
El
Espíritu Santo es una fuerza invisible y poderosa que habita en
nosotros y nos purifica de nuestro egoísmo para dejar paso al amor.
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