Lo dice Juan Evangelista y lo expresa bien Juan Bautista: él no es la luz, sino testigo de la luz. La luz es Jesucristo. Vamos avanzando hacia la Natividad del Señor que es una fiesta de amor y de luz. El Adviento terminará en próximo domingo, el mismo que abre la semana donde celebraremos la Navidad. Todavía hay tiempo para enmendar algún camino y para allanar alguna senda escabrosa. El Señor Jesús nos espera.
Bien es cierto, que vivimos tiempos de crispación y hasta de desaliento . Hay una lista interminable de razones para el desaliento y la tristeza: la violencia que no cesa en muchos rincones de la tierra, la injusticia que cubre la vida de millones de personas, la indiferencia ante la Buena Noticia del Evangelio de nuestra sociedad satisfecha en sus propias redes, la insolidaridad ante el pobre y desvalido… Tantas razones para el desaliento y la tristeza.
Pero hoy, se nos anuncia la alegría
como lo hizo Isaías y Pablo en otro tiempo, porque, como dijo San Juan Crisóstomo:
“La verdadera alegría se encuentra en el Señor. Las demás cosas, a parte de
ser mudables, no nos proporcionan tanto gozo que puedan impedir la tristeza
ocasionada por otros avatares en cambio, el temor de Dios la produce
indeficiente porque teme a Dios como se debe a la vez que teme confía en Él y
adquiere la fuente del placer y el manantial de toda alegría”
El profeta Isaías ha
reflexionado profundamente sobre el verdadero designio de Dios. Éste no se
manifestará de la manera brillante que esperan los hombres, sino que se dará a
conocer a través de un "ungido", preocupado sobre todo por los pobres de este
mundo. Esta salvación se manifestará por la justicia y por la alabanza al Dios
vivo.
El apóstol Pablo escribe a
la Comunidad de Tesalónica. Les invita a que vivan en plenitud la vida en Dios, manifestado
plenamente en Jesucristo, la verdadera alegría.
Y la seguridad en la cercanía del
Señor, que debe ceñir toda la vida cristiana, la concreta en tres aspectos: la
alegría confiada y pacífica, en toda circunstancia; la superación de toda
preocupación y angustia; la oración de súplica y acción de gracias al Dios
de la paz.
Muchos hombres y mujeres ante el
sufrimiento y los contratiempos se desesperan y se vuelven tristes, aquellos
penetrados del Espíritu de Cristo presentan su vida como una ofrenda a Dios y
descubren una oportunidad para vincularse más a Cristo y “saben esperar”.
El convencimiento de que Dios
viene a nosotros, razón definitiva para la esperanza y la alegría, motiva un
cambio de nuestra condición y posibilita un giro total de conversión a nuestra
vida. Así lo advierte Juan Bautista en su predicación para “preparar
el Camino al Señor”.
Juan propone cambio concretos en la
vida de cada uno de nosotros, que siguen siendo necesidades previas para la
venida del Señor y su verdadera
misión es la de preparar el camino para la llegada del Mesías.
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